Un ‘per se’ (latín), lo que significa ‘por si’, calificando a un ente con voluntad propia espontánea.
Proviene como término de la escolástica que concluye que todo fenómeno tiene causa, por lo que se deriva el uno del otro en el tiempo o lógicamente hasta pensarse un momento en el que surgió todo de la nada espontáneamente. Consiguientemente los entes vivos actúan causalmente también, es decir, que dentro (por ejemplo) de una causalidad biológica, el estómago produce unas encimas, digamos, que afectan el cerebro y el animal sale a buscar algo de comer dentro de una lógica ordenada movido por el impulso del hambre.
La causalística produce fricción con la definición de la libertad, el libre albedrío y la voluntad espontánea, lo que obliga a pensar que hay entes que de por su naturaleza intelectual pueden determinarse en si o de por si, lo que, a su vez, es el fundamento de la justicia, ya que solo asi se puede pensar que el ente en cuestión responda por sus actos sin incurrir constantemente en una excusa que consistiría en alegar que actúa movido por impulsos ajenos y no gobernables.
De muy difícil conceptualización termina por encontrar un ligero apoyo en la definición de Kant según la cual el pensamiento es espontáneo, por lo que (agrego) se produce un fenómeno propio en el que se reconoce la persona y permite concebir un yo cuya voluntad deriva del orden al que se someten los pensamientos espontáneos en cuestión.
Quiere decir espontáneo, que no deriva de causa.
Si se combinan estos diferentes elementos, resulta que el pensamiento apareciendo espontáneamente a la conciencia, es percibido por esta, por lo que la persona aparece en un principio como ente pasivo con respecto a este, pudiendo empero, fijar tanto la aparición de estos, como el crédito que le da, como el comportamiento derivado a través de un principio ordenante que resulta de su ente moral.
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