Pienso que el quehacer humano se basa principalmente en las situaciones que emanan de su familia, y esta no solo entendida como núcleo autónomo que tenemos la libertad de formar, sino como herencia secular acarreando sus propias cuestiones, pudiendo abarcar pueblos enteros y sin embargo solo tratadas desde la perspectiva del conocimiento que tenemos en cada momento.
Entiendo la actividad laboral como un modo de integrar la sapiencia acumulada por los tiempos dentro de un contexto social general y regulado, sirviendo al tiempo, no solo a sustentar a los nuestros, sino a pulir nuestros defectos y suscitar cuestionamiento en cuanto aquello a lo que aun podamos aspirar. De cierto modo creo que nuestra actividad profesional es la extensión de nuestra problemática familiar o personal y que debemos tener mucho cuidado cuando queremos ubicarnos en algún lugar para que no haya desajuste entre los parámetros internos y externos que causen problema con el tiempo. Aun y con eso, entiendo al humano como que evoluciona en el tiempo, haciendo errores y ajustando su realidad a la de los que le rodean si no se obceca e insiste en ser aquello que no es. Creo que el conocimiento exacto de uno mismo está al origen de la riqueza cuando nos mantenemos en leyes pues viendo lo que nos place y acordándonos con otros a través de las leyes, vemos la oportunidad que nos garantiza el bienestar.
A nosotros nos gusta deambular para resolver enigmas, preferimos la luz a la riqueza aunque la riqueza ayude a obtener aquella libertad que permite pasar tiempo en cuestiones que ocupan la mente, y odiamos el ocio aunque sabemos divertirnos. Preferimos las conversaciones con gentes de todo origen a las sociedades cerradas y nos gustan más los caminos llevando a la solución de una tarea impuesta que los proyectos ordenados y escalonados en el tiempo. Somos de gran modestia aunque no nos negamos el orgullo, y combinamos la displicencia ante el insulto con el trato muy familiar con gentes de mus diversos orígenes. Consideramos que tener nombre no es heredar de letras rimbombantes sino de costumbres y leyes particulares que garantizan la unidad que resulta de comprender a otros. Estimamos que la fuerza no proviene de los músculos sino de la luz que surge de comprender las cosas del mismo modo, y creemos que el crimen que comienza cuando negamos a los nuestros, tergiversa la comprensión de las cosas, por lo que consideramos cualquier crimen mancha que nos puede excluir del conjunto. No tendemos a construir grandes proyectos de estado, aunque nos extendemos de por el intento de comprender a otros en los espacios temporales donde buscamos consuelo cuando los tiempos no nos favorecen. Burlamos la pretensión con ironía aunque no insultamos. Apenas sabemos lo que son los territorios aunque no nos excedemos del nuestro.
Fuimos de creencia animista y somos cristianos ortodoxos en el exilio, al no reconocerse la herejía que nos bautizó como legítima y nosotros no entender de sutiles cuestiones teológicas, sino de lo que decimos nuestro. En general pensamos que la religión es asunto de cada cual y en el fondo, que nuestra existencia resulta de las creencias que se hacen nuestras dentro de los contextos familiares, hacia las que debemos cierta crítica con el fin de mejorarlas y encontrar medio para mantener armonías fundamentales de modo a garantizar nuestra felicidad y una estancia agradable sobre la tierra. Estimamos que le debemos al mundo exterior que tenga derecho a imponerse, como fuese el estado, solo aquello que regula las cuestiones exteriores, que son de territorio y propiedad en sus diversos órdenes, estimando toda otra imposición arbitraria y dictatorial. Creemos en el más allá, y en el fondo, solo en uno, donde se encuentran los ancestros que aun a veces se presentan en esta realidad a su manera. El contacto con la fé cristiana suscitó la cuestión de saber si había un más allá bueno (cielo) y otro malo (infierno) y la de saber dónde estaban exactamente los nuestros. Cuando el roce con otras creencias o pueblos suscita cuestiones cuya respuesta pudiese alterar el orden de comprensión, se vuelven generales y se precisa de mucha discusión y consenso para integrar nuevas adquisiciones dentro del conjunto. Nunca nos ponemos de acuerdo y no formamos sociedades secretas, pues partimos de la base que partiendo de un mismo principio que ordena lo que comprendemos, cada uno desarrolla su personalidad y carácter propios dentro de adquisiciones que hereda de su familia, por lo que no nos gusta la sumisión ciega ni los acuerdos forjando uniones a través de la pretensión a una misma creencia que no refleja el fuero interno. Dentro de lo que le debemos a los nuestros y al mundo en general, creemos que cada persona se confronta además a problemas personales que resuelve a su manera. No nos gusta alabar ni ensalzar a otros, sino que teñimos hasta la admiración que algo nos suscita de un comentario un tanto irónico e incluso despreciativo para evitar lo que se llamase el mal de ojo. Decimos el querer como quien no quiere y solemos disimular el afecto detrás de querellas a veces artificiales.
Considerásemos dios nuestro la verdad que resulta de la evidencia compartida, y esta evidencia sujeta a una experiencia general y personal. Siendo lo único a lo que nos sometemos sin rechistar, todo el resto quedando muy suspendido. En el fondo somos solitarios e incluso muy solitarios, bastando pocas palabras para llegar a consenso. Solemos buscar sociedad en lugares que nos agradan y no nos gusta que se nos impongan, no desdeñando lugares que otros considerasen indignos pues queriendo ver en todo lugar su belleza propia, tampoco gustándonos quienes quieren imponernos criterios de lo que fuese bello. Hablamos a menudo en cuentos y parábolas, de modo paradigmático o simbólico, haciendo hincapié sobre los tonos y los gestos para decir lo que queremos cuando hay peligro y se sospecha presencia ajena enemiga. Mostramos el desagrado con el silencio o la ausencia, sin suscitar querellas innecesarias, aunque sí con algún comentario, o cambiando el tono familiar que nos es propio por uno más neutro y distante. No solemos ser violentos, sino más bien ausentes. En general no nos gusta resaltar ni hacer muestra de riqueza, aunque le damos importancia a que se nos respete y a hacerlo valer de terrenales modos. Solemos guardar en la memoria incluso rencores perdidos en el tiempo, buscando modo de reparar algún daño para volver a recuperar la paz. Estimamos que es nuestra obligación el proteger al más débil y nos gusta compartir fortuna. Apreciamos el arte y todo aquello que refleja la inteligencia humana de por lo que hace, crea o produce, dándole mucha importancia a sapiencias que vienen del tiempo y a la lectura, aunque no siempre. Somos intuitivos y espontáneos y preferimos sorprender antes de someternos a horarios. Nos gusta el paseo aunque no el ejercicio. No estimamos que la fortuna haga al hombre sino su identidad y creemos que esta es la que permite generar y mantener la fortuna. Aunque se nos considera cerrados y poco dispuestos a mezclarnos con otros, nos gustan las culturas distintas e incluso muy distantes, pasando mucho tiempo en considerar sus modos y maneras y el cómo se organizan o entienden. Somos tímidos y estimamos que deben saberse las cosas sin dar excesiva explicación sino en escuetas palabras. A veces contamos historias enteras en una sola frase que debe encontrar su sitio dentro de otras frases para que el que escuche obtenga una visión general. No nos gusta acusar ni denunciar sino que hacemos llamado a la inteligencia humana para corregir los errores, pudiendo acarrear graves consecuencias el no hacerlo. Decimos que ‘no matamos, porque la gente se muere’, es decir, que paga en la consecuencia de sus crímenes sin necesidad de intervención humana.
No imponemos nuestros modos y nos gusta adaptarnos a otros por ver lo que de inteligencia deriva de ellos. Nos gusta hacer las cosas por nosotros mismos, aunque sean las mermeladas en casas con fortuna, no nos gusta ni el adorno ni la decoración excesiva, aunque sí los objetos antiguos, los artilugios sorprendentes, lo que se refiere a la imprenta y lo que escribe, los documentos y los mapas y el arte, que admitimos pueda ser salaz cuando no pierde el tono, porque nos gusta reírnos con las ocurrencias humanas. Somos pulcros aunque no nos excedamos en limpieza, nos gusta ir bien presentados aunque a veces se vuelva estrafalario, y reunimos cosas sin valor cuyo valor reside en el cómo se relaciona con alguna experiencia personal o cómo agrada la vista. Jugamos a las cartas y vamos a la caza, pero no frecuentamos mucho el baile ni otras diversiones del estilo, y en todo caso preferimos una tortuosa conversación a las reuniones protocolarias. Le damos más importancia a lo que se dice que a lo que se tiene y tenemos gran cuidado en depositar la confianza solo en los que se mantienen en palabra, no apreciando ni los bruscos cambios de opinión ni el incumplimiento.
A veces contamos mentiras que se distinguen por los tonos de voz o decimos lo que no es, por ver si otro verifica. No nos gusta lo crédulo ni lo sumiso. Apreciamos las manifestaciones de carácter y lo raro o extraño que sabe integrarse dentro de órdenes más generales sin negarse. Apenas juzgamos a los demás y no nos gustan los parámetros generales de comportamiento. Es cierto que resentimos cierto desprecio por quien deriva su identidad de características físicas o de propiedad. Nos gusta jugar con leyes e incluso tender sutiles trampas por ver cómo se desenreda otro y no nos molesta que se haga lo mismo con nosotros y estimamos que el desenredarse es prueba de inteligencia. No solemos tener en consideración las circunstancias sociales o materiales o afectivas que debe atravesar el hombre, sino su franqueza, su fidelidad y la expresión de su carácter, que puede gustarnos aunque se lo considere criminal. No hacemos diferencias basadas en la moral, porque estimamos que la vida es larga y que la perfección apenas existe, sino que cada uno resuelve sus entuertos a su modo aunque no nos gusta que se torture, veje, ofenda o someta, traicione o niegue a quien se dice amar. Claro que hasta la traición tiene muchas acepciones. No consideramos que las características de un pueblo sean fijas sino en evolución dependiendo de las circunstancias y que el humano se confronta a sus cuestiones, pero también la familia entera y el pueblo al que perteneces.
No hacemos gran diferencia entre hombres y mujeres y le damos más importancia al afecto que a los lazos formales, aunque somos gente responsable con nuestra familia y sobre todo con los hijos, a los que damos mucha importancia. Según nuestro entender, se abre futuro con la presencia de los niños llegando a la adolescencia, como si se tuviese que ordenar el resto de la existencia a partir de las personas que ocuparán el espacio venidero, sobrecargándolos con preguntas, historias y cuestiones para poder estimar el peso que pudiesen llevar y ordenar la realidad formal que incumbe a los adultos dentro de lo que se deriva de estas interacciones. Es más importante para nosotros el compartir el modo de ver que la sangre. Hasta hace muy poco tiempo estimábamos que todo el mundo veía las cosas más o menos del mismo modo. Consideramos prueba de carácter el que alguien insista en lo que piensa y dice, a pesar de las oposiciones que surgiesen, pero sin cegarse y sabiendo admitir errores. No nos gusta criticar a los demás y tampoco la maledicencia, acusar en falso o ser irresponsable, la mentira villana o la pretensión vana. La palabra se mide. Nos gusta compartir lo que sabemos gratuitamente aunque a veces nos callamos. Preferimos gestionar tierras a ocupar cargos.
Se puede decir de ese modo que dos cuestiones esenciales determinan definitivamente el conjunto, quedando sin resolver de modo claro durante siglos y afectando la interacción con el resto de los pueblos y naciones. Por un lado está lo que llamamos ‘la justificación del adulterio’ y por otro, ‘la evidencia adulta’.
Nosotros justificamos algunos adulterios, aunque no todos. Y de algún modo debimos percatarnos de que la evidencia que nos gobernaba y que consideramos santa, era de niño, y no de adulto y estando las naciones a la búsqueda de estabilidades de orden distinto, nosotros nos rehusamos a entrar en ese tertulio, manteniéndonos en lo nuestro, de tal suerte a que dos evidencias distintas se entrecruzaban cuando se trataba de ordenar realidades generales que terminaron por generar gran confusión.
Esta constatación terminó por dar luz sobre nuestro pasado y deduje que en alguna circunstancia pasada, los adultos habiendo sufrido alguna desgracia de orden mayor, tuvieron que dejarse guiar por niños para sobrevivir, experiencia que marcó nuestra existencia para siempre quedándose los ojos ciegos como fijos en la espontánea naturalidad del infante, que se hizo ‘como una luz’. Se puede constatar aun hoy, miles de años más tarde, como cierta tendencia irresuelta a recaer sobre un comportamiento infantil cuando los problemas se agravan o las preocupaciones aumentan, incluso cuando el peligro es muy grande o la tristeza baña la mente. No solemos llorar, sino que miramos por la ventana. Forma nuestra familia y su evidencia como una novela de aventuras donde los elementos mitológicos se confunden con personajes imaginarios, de tal suerte a que se estima consenso la conclusión que satisface a todos dentro de esa disposición. Y ello sin que se desprecien órdenes más formales.
Viendo que otros no actuaban del mismo modo y no se guiaban por un comportar parecido, concluí que algo se nos quedó en la sangre de aquella experiencia primera que no nos permitía desdoblarnos y concebir a otro distinto que de por su naturaleza se ajustase a nuestra persona de modo complementario, concibiendo solo un amor por obligación cuya responsabilidad única era la de guardar la evidencia infantil en su regazo para los que aun vinieran. Aunque muy clarividente, es la mirada del niño muy limitada y hasta cierto punto incapaz de concebir ciertas maldades por lo que nuestro paisaje idílico apenas supo percibir las catástrofes que se avecinaban cuando lo hicieron, quedando la mente ajena a ciertas perversiones del pensamiento que éramos incapaces de concebir. Siendo las cosas así y sin concepto de polaridad, no daba igual que mujeres tendiesen hacia mujeres u hombres hacia hombres, pues en el fondo todos dentro de la misma obligación de guardarse en la evidencia original, y nada más. Es pensamiento común nuestro que la sexualidad sirve para la reproducción nada más y que ello funda la diferencia, pero que la persona se dice en el pensamiento y el pensamiento se dice igual en hombres y mujeres, causando espanto en muchas sociedades la naturalidad con la que solemos tratar ciertos temas pues alegando nosotros, precisamente, que es natural. ‘Kann denn Liebe Sünde sein?” (Puede el amor ser pecado?), cantaba Zarah Leander.
No solemos mezclarnos con otros porque no salen los niños buenos y muchos mueren, de por la diferencia biológica, por lo que empezó a pesar la mezcla de sangre, con sus correspondientes taras y de algún modo se decidió el intentar buscar otras sangres, ya que la nuestra se cansaba, aunque no solía dar buenos resultados.
Esto indujo que mi padre se casase con mi madre, sumándose ciertas taras a otras nuevas con sorprendentes resultados químicos, dijo el señor von Thurn und Taxis, pues extrañamente aun intentando encontrar familia en gentes de origen distinto, solemos encontrarnos aun casualmente o por deliberación ajena, con otros tan viejos o más que nosotros, aumentando el cúmulo de problemas. Lo español aportó a lo que era nuestro como la necesidad de poner palabras ordenadas sobre tanta tradición sumida en el silencio, dando lugar a veces incluso a largos discursos ensimismados envolviendo en capas verbales la carga psíquica heredada a través de los tiempos, y resentí como una represión profunda aunque ajena transmitirse en el idioma, como una violencia furiosa de alguien que quería amar y que lo amasen como todos los demás dentro de una imagen que se dibujaba a lo lejos y que aquellos no podían alcanzar, y me quedé contemplándolo sabiendo que no era nuestro.
Nosotros no conocemos la envidia. Lo ajeno es una posibilidad que podemos hacer nuestra si respetamos nuestras maneras.
Por aquellos días supe que era mejor dejar los castillos en algún lugar del futuro virtual y que se podía aun salvar la raza en su descendencia siguiendo un caminillo que nos diese explicación sobre ese amor que aun se decía inocente aunque fuese de otra manera, y bastaba con llegar hasta ahí para que incluso hasta lo biológico dejase de tener relevancia. Pero cómo? Si la carne es pecado de modo tan general.
Puedo decir que la evidencia infantil forma una unidad que se parte en dos cuando entramos a la adolescencia, sintiéndose la falta de algo nuestro que terminamos por buscar en una persona distinta. La evidencia entonces se forja a partir de la aceptación de una realidad conjunta que ocupa un espacio en el exterior, considerando realidades distintas. Como le dije a mi madre, yo seguía siendo un huevo, pasado por agua o no, o más bien, abandonado en medio de un chaparrón.
Pasé largas horas de mi adolescencia intentando darle solución al asunto, produciéndose la extraña situación y muy condicionada por las exigencias exteriores que me introdujeron en contextos militares a muy temprana edad, que dividí las dos unidades dentro de mi misma, poniendo lo varonil en el entendimiento y lo femenino en la percepción intuitiva, sin asociarme a ninguno de los dos, sino buscando mi identidad en una armonía que unía a ambos de modo a producir inteligencia, y ello debido a la costumbre de quedar con la mirada ensimismada en lo que uno lleva por dentro, que era nuestra tradición. Y aunque a veces el entendimiento decía palabras vacías porque era su deber primero el proteger el alma, y el alma se escondía para no revelar todo en exceso, encontré un lugar de equilibrio donde el modo por el que ambos se entendían producía solo sabiduría. Y aun no es eso, le dije al señor von Thurn und Taxis, porque de algún modo se me ha olvidado colocar uno de los elementos en el exterior. Y faltaban los principios.
Era esa lógica la que había determinado en un principio todas las transacciones un poco burlonas que habían conllevando mi casamiento formal, dentro del que se escondía, sin embargo, la voluntad tenaz de dejarle una descendencia a mi abuela, a mi modo.
Inès de la Fressange resolvió gran parte de mi dilema al poder verse con claridad que ella se determinaba por relación, dentro de la que las condiciones de las que se habían hablado antes, debían resultar ofensivas o vejatorias por lo que retrocedí, pues se veía claramente. Concibiendo de inmediato una polaridad cuyo principio fuese de identidad y otra de relación, me pareció muy satisfactorio el que alguien en el exterior asumiese de modo concluyente una de las dos partes, y puesto que yo, por educación, tanto apego tenía por la identidad y la definición de las cosas en su lógica, decidí asumir por un rato, la otra parte.
Así se rompió el contrato, pues vi con claridad que de las nuevas premisas surgían nuevas evidencias muy distintas de las anteriores que había que considerar en toda su extensión.
Aun roto y pagadas las compensaciones correspondientes que no afectaban a la fortuna original que se había depositado a mi nombre sin que la determinase condición o contrato afectando la descendencia, quedaba un lazo formal que debía entrar en vigor 30 años más tarde, debiendo preceder mutuo acuerdo o incumplimiento de una de las cláusulas para romperse definitivamente y la fortuna sujeta a estas.
Inès de la Fressange pagó sus deudas gracias a la divulgación de algunas leyes y volvió, sin embargo, a preguntar, ‘ahora que soy persona libre’, dijo, qué era eso de Djenghis Khan y la descendencia de mi abuela. Yo asumí el pago de la compensación por la ruptura del contrato entre aquella y Trapisonda a través del señor von Thurn und Taxis y exigimos a cambio que si hubiese descendencia, no resultase de deuda ni en deuda y ello porque estimé que el error había sido mío, al confundir de nuevo lo que afecta lo personal con lo que incumbe a las sociedades ordenadas, ya que en estado de fusión, ambos parecen ser lo mismo, lo que no es el caso cuando se diferencian.
Y precisamente porque sabía que las sociedades dan gran importancia al orden que resulta de la realidad que se forja en sus polaridades, y viendo que nosotros fundíamos ambas, rogué al señor von Gotha que retirase a los nuestros de cuestiones sociales y civiles, pudiendo asumir tarea en el ejército que siendo más instintivo, asume un orden mucho más fusionado que se llama marcial y que muy a menudo se confunde de por su naturaleza con el monacal, y que solo tomase decisiones pensándose como identidad única en el pensamiento. Y lo prometió.
Expliqué que solo si conseguíamos entrar en polaridad podíamos pretender a sociedad ordenada y reclamar tierras y lo que era nuestro y que nos achacásemos mientras tanto la culpa de la pérdida de nuestro nombre a la insistencia en guardarnos en infantil inocencia, y que ya éramos adultos, cosa que debiéramos asumir. Aunque nos costase.
“No puedo dejarte sin descendencia solo porque no quieras que se lleven lo tuyo, lo que en el fondo, te honra.” Y preguntó si los hijos eran de las madres o de los padres, y le contesté que ‘suponía que fueran de los dos de igual manera al ambos emparejarse, aunque no podía afirmarlo con toda seguridad ya que no tenía mucho conocimiento en esos temas.”
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