Puede ser el tema de múltiples tratados y en todo caso concierne lo que generalmente se llama filosofía del conocimiento, a saber: cómo fuera posible que una palabra designe claramente un objeto y no otro, y cómo, además, es posible que aunque el objeto no esté delante de nosotros, seamos aún capaces de saber a cual nos referimos exactamente cuando este está ausente.
Si la filosofía ha avanzado tan poco en milenios, le dije a Frau von Lubinski, es porque se creyeron los hombres que era cosa suya, y en el fondo, los hombres son bobos. (Ella no supo si estaba de acuerdo sobre este último punto, pero admito que sobre este tampoco aporté excesivas evidencias.)
Va de si, dentro de ciertos esquemas.
Es cierto que lo empírico, lo que afecta a los sentidos parece un punto de partida mucho más sólido que un pensamiento colocado a priori en el vacío del cubículo mental porque este tendría que ser primero, y se ve muy mal cómo justificase su prioridad. Este ya es un pensamiento primero, pero pierde su calidad de obsoleto porque se refiere a algo, y a algo que se encuentra temporalmente antes: lo que percibo por los sentidos.
Aun el más radical empirista, sí, de esos que le niegan la existencia a los ángeles, no puede negar que el pensamiento es perceptible también y que nuestra conciencia registra imperceptibles sonidos convertidos en un sucederse de sentidos sin tonos. Pero sé que están ahi.
Por qué la mente ordena todas esas palabras según diversas categorías, y diferencia sustantivos de adjetivos, verbos de preposiciones y articula frases según cierto orden que garantiza el sentido? No se sabe en un principio, pero es una evidencia.
La evidencia es que: oiga, usted que tiene enfrente una manzana roja, ve la manzana roja como unidad, o le aparece la manzana por un lado y lo rojo por el otro? Si a mis sentidos la manzana y lo rojo forman indudablemente una unidad, al pensamiento aparecen separados, pero separados de tal modo que aun se establece una relación entre ambos que se pueda decir: de accidente con respecto a una sustancia. El accidente es lo rojo – porque la manzana puede ser verde también o amarilla – y la sustancia designa la cosa tangible que necesariamente es algo o de algún modo para poder calificarse de manzana.
El lenguaje dice sustantivo a lo que pudiera, en filosofía, ser sustancial (aunque no siempre) y adjetivo a lo que en filosofía fuese un accidente. Si la teoría del lenguaje se diferencia de la filosofía es porque la una habla del modo en que las palabras se estructuran y ordenan y la filosofía trata del sentido suyacente. Pero hay una obvia relación entre ambos aunque no se superpongan absolutamente.
En todo caso constatamos una cosa, para empezar: que el modo en que el lenguaje ordena la realidad no se parece en nada a lo que nos aparece a los sentidos, y que la filosofía parece fundarse en el primero, en tanto que modo derivado de decir la realidad de los sentidos.
Precisamente es ahí donde surge nuestra primera pregunta: si los sentidos ordenan la realidad de modo distinto al lenguaje, cómo fuera aún posible el establecer una relación entre ambos? Antes de poder responder a esa pregunta, es necesario admitir que se ha realizado una operación mental que nos ha permitido pasar de la mera percepción a su articulación a través del lenguaje. Todo lo que concierne estas operaciones se suele llamar intelectual o afectando al intelecto. El hecho de que de modo casi necesario, en cualquier lenguaje o idioma, en cualquier etapa de la evolución del ser humano, la mente separe lo rojo de la manzana en cuestión implica que se pueda hablar de esquemas a priori del entendimiento (Kant). Nuestra mente está hecha así, pareciese, mostrando diferencias en algunos aspectos (no todos los idiomas reconocen preposiciones, por ejemplo) y muchas excepciones tratadas normalmente como ‘enfermedad’.
Si rascamos un poco y buscamos lo que fundamentalmente ordena el pensamiento independientemente de las diferencias en cuestión, es decir, lo que esencialmente garantiza el que se pueda transmitir un sentido, podemos discernir una especie de forma que se llama lógica, que garantiza que si lo que se dice se guarda dentro de ella, se pueda decir inteligible.
No por si sola. En el fondo la lógica, que es el modo a través del cual se articulan las diferentes ‘proposiciones’ (frases en lógica) no es nada sin un principio que se da por llamar de identidad y que se formula de tres modos: por si (de identidad), por la imposibilidad de su negación (de contradicción) y por esquema deductivo simple (tercero excluido). Es decir, que lo que hace que mi frase termine por tener un sentido es que las palabras que la componen tienen uno también que no depende de lógica sino de su identidad. Esto es una manzana. Lo es? Si lo es, andamos bien.
Pero como lo sé? Si es cierto que he admitido una función preliminar que permite darle nombre a algo, necesito ahora de una segunda función, que se llama facultad de juzgar, que permite reconocer el objeto que se presenta delante de mis ojos, como tal.
Mientras tanto, ha surgido un problema que voy a tener que considerar necesariamente. Se ha abierto un espacio, un terreno, una realidad nueva en lo que se pudiera llamar contexto intelectual. Gracias a las funciones del lenguaje, se están uniendo imperceptiblemente, como por dentro, las diferentes palabras. Y cómo sabré que me mojo si llueve? Dentro de la palabra ‘mojar’ hay un elemento que se refiere a lo líquido en relación con otro cuerpo, y dentro de llover, también hay una referencia a un líquido, que se presenta de forma determinada, como gotas cayendo de los cielos. La consecuencia se establece por la capacidad a relacionar lo que se refiere a un líquido por un lado a lo que se refiere a un líquido por el otro, y es necesario admitir que eso, lo líquido que sustraigo por análisis, no aparece ni tan siquiera explicitado a mi conciencia pensante, de tal modo que aparece otro ‘líquido’ dentro del pensamiento, un fluido o flujo, que llamásemos tejido intelectual, por el que ‘sabemos’ que ese líquido invisible e intangible permite establecer la relación entre ambos.
Eso, lo que permite unir un concepto a otro aunque no esté explicitado, es llamado en filosofía, esencia.
Diferenciamos pues claramente la abstracción somera de lo que necesariamente tiene que ser para que algo sea lo que sea en tanto que cosa que se sitúa fuera de nuestro perímetro mental, la sustancia, y esa entidad interna, intelectual, que vehicula sentido de por si, que llamamos esencia.
Si yo decía que los hombres eran bobos es porque se han pasado dos mil años buscando esencias en la realidad empírica (lo que Kant llama la cosa en si), lo cual hasta cierto punto prueba que el pensamiento, proviniendo de otros entendimientos terminó por caer en terrenos no muy bien abonados para él.
Es más, no bastaba con las esencias. Igual sucedió con los universales, los necesarios, las verdades absolutas. Es una evidencia que aquella primera operación que efectuamos y que nos dio un nombre para algo tiene una serie de características por lo menos extrañas. Fíjate: Toda manzana es un fruto. Pues sí, aunque sea de plástico. Es decir que la manzana artificial puede ser dicha manzana pero fruto también, y eso para absolutamente toda manzana, anterior, presente o futura, sí, absolutamente toda manzana imaginable, pensable y concebible. Hasta las manzanas mitológicas son frutos. Y todas sin necesidad de contarlas ni repertoriarlas.
El concepto ‘todo’ es un concepto que deriva de esencia. Es el resultado, de nuevo, de una operación intelectual que no afecta nuestras impresiones sensibles, sino solo la cantidad de objetos a los que me refiero dentro del ámbito del pensamiento. No solo. Mi manzana es fruto de un árbol, necesariamente. Ya no toda manzana, sino además, necesariamente. Los conceptos universal (para todo) y necesario, son dos conceptos que se aplican a priori solamente a las operaciones realizadas dentro de mi pequeño cubículo mental.
Si los hombres son bobos, Frau von Lubisnki, es porque quieren que lo universal y necesario termine por regir la realidad empírica. Así, porque sí.
Gracias a los muy remarcables esfuerzos sobre todo del empirismo inglés (Hume, Hobbes) se llega a la conclusión de que nada, pero absolutamente nada que provenga del ámbito de los sentidos puede ser dicho universal y necesario. El por qué se tuvo que restringir el ámbito de lo que se conoce a lo que proviene de los sentidos cuando el pensamiento presentaba un contra ejemplo tan obvio y presente, pues incluso medio para determinar lo anterior, quedará sin respuesta también. Pero obliga claramente a diferenciar los dos ámbitos: lo que proviene de los sentidos es impreciso, relativo, incluso un fluido indeterminado (Heráclito: ta panta rei – todo fluye). El mero hecho de pensar una unidad física que permita concebir ciencias como la física o la química (Parménides) precisa de una operación mental de aislamiento que ya se desvía de las impresiones sensibles mismas aunque permita ordenarlas.
Que no se nos olvide. Habrá que considerar el ángulo de desviación necesariamente resultando de la atribución de una ‘unidad’ a algo que no lo tiene en si. Y ese ángulo de desviación se mide en el fondo muy fácilmente: no aplica ni lo necesario ni lo universal a ciencia que utiliza un ficticio para formar ‘proposiciones’.
Qué significa esto? ‘No hay nada que no permita pensar el que no se pueda caminar por encima de las aguas’. (1990) Si las leyes físicas y químicas derivan de una construcción, aun siendo de ayuda para ordenar fenómenos y construyan pautas o referentes ‘normales’, no pueden implicar una necesidad absoluta que rija sobre el universo. Desde el punto de vista humano, es imposible pretender que sea imposible el caminar sobre las aguas. Como mucho podré decir que no es un fenómeno muy común, o que prueba hay poca de él. Pero que es imposible, es imposible racionalmente afirmarlo. Y todavía no afirmo que sea posible: para decir algo posible tengo que poder decir el cómo y no lo concibo.
Podemos distinguir ya tres realidades: una inmediata, de los sentidos, que desde antiquísimos tiempos se dice ‘inferior’: pasajera, irregular, no participando a lo divino (Platón), otra, intelectual, donde aparecen entes tan extraños como los que son de lo necesario y universal, que permiten concluir en verdad aun sin tener nada enfrente: «si salgo a la calle sin paraguas cuando llueva, me mojaré.» Será verdad siempre, pase lo que pase, aunque deje de llover por culpa de fenómenos metereológicos variables y cambiantes, habrá sido verdad siempre y eso no cambiará nunca, es decir, la realidad a priori, que se llama, y luego otra, que se parece a la arquitectónica de las ciudades, un afirmar de perentorias verdades alejadas de los campos y los ríos que, se quiera o no se quiera, son tan perecederas como los abedules y los sauces: la ciencia en tanto que construcción de la mente.
Las tres son. Es innegable o hay que ser muy ciego para querer negar alguna de ellas.
O sea que esquivando un excesivo empirismo sin recaer en un idealismo sin fundamento, simplemente constatamos que hay tres modos de gestionar la realidad, que ahí están, signifiquen lo que signifiquen.
Y bien. Quién soy yo? Aquel misterioso ente que puede designar cosas por medios poco adecuados y haciendo aparecer universales en objetos conceptuales que luego no corresponden a ninguna realidad empírica.
Quién eres tú?
Lo ves? ‘Yo’ sigue siendo una palabra designando alguna realidad y si es cierto que ese ‘yo’ parece situarse dentro de alguna material cáscara que se mueve al mismo tiempo que la palabra en cuestión, siempre tengo la libertad de referir ese ‘yo’ a una identidad que deriva de la misma actividad de pensar: un autoreferente (Descartes) que está en algún lado localizable, hasta cierto punto garantizando su individualidad.
Claro que hay un yo consciente también. Pero el yo consciente es un yo que está muy apegado a su realidad material: otra actividad mental y cerebral, por cierto, permite la percepción de lo pensante al igual que la percepción de lo que siente.
Un yo material, que se asocia a la cáscara en cuestión (es un término platónico), un yo consciente, que percibe lo que se percibe y un yo pensante, que deja que las palabras se sigan dentro de cierto orden dentro de la mente, siendo consciente de ello y referido a una entidad física particular. El que suma el conjunto precede y consiguientemente, la identidad de la persona no podrá ser dada sino desde el punto de vista de su pensamiento.
Es misma la perspectiva que observa desde fuera y aquella que determina desde dentro? Necesariamente, no. Ya hemos dicho que lo que establecemos por medios empíricos no es nada más que una construcción, mientras que lo que pensamos lleva inherente lo necesario y universal cuando está bien pensado. Es el pensamiento una función del cerebro? Jamás. El pensamiento es una actividad determinada desde el punto de vista de la conciencia interna y consiguientemente tiene poco que ver, en tanto que concepto, con las neuronas. Que se agitan las neuronas cuando pienso? Es posible. Pero no será nunca una consecuencia lo uno de lo otro porque los ángulos de observación son distintos y no se pueden mezclar. Racionalmente no es nada más que una coincidencia. Es decir, que el ángulo de observación interno se establece en paralelos con realidades empíricas, y nada más. Si me angustio se aumentan las palpitaciones cardiácas. Sí. Qué es la causa de lo otro? Imposible de determinar. Es una evidencia que lo uno coincide con lo otro pero es imposible establecer una relación causal entre dos fenómenos situados en dos ámbitos distintos. Para poder establecer una relación causal tienen que ser los dos fenómenos del mismo campo y regidos por los mismos principios y moverse dentro del mismo ámbito de esencias. (1992)
Extrañamente, lo que no rige para el mundo empírico determina grandemente el mundo intelectual y consiguientemente moral. A ver, señores, la mentira existe o es pura fantasía? Es un concepto determinable que designa algo que se puede reconocer. Aunque no se toque, aunque no se vea, aunque apenas se oiga.
Existen gran cantidad de conceptos que se refieren a realidades internas, entre ellos también los que permiten discernir los sentimientos, y que en su gran mayoría se refieren de un modo u otro al lenguaje y construyen la entidad moral del individuo. Muchos se refieren a lo que deriva de simples tonos de voz: ni siquiera hace falta llorar para saber que se está triste. Hay un algo desvaido en los tonos de voz que se identifica claramente como tristeza sin mucho aspaviento suplementario, e incluso permite muy a menudo hacer la diferencia entre alguien que tiene mucho cuento (pero, también eso se reconoce?) y alguien que sea sincero, otro invisible de la realidad cotidiana. Habremos medido lo sincero con artículos matemáticos? Será mentira, también, pero como lo sabremos si la mentira tampoco se ve?
En el fondo, lo moral aparece cuando el ser humano es contemplado desde el punto de vista de su capacidad a determinar su comportamiento a través de un conglomerado de pensamientos que a veces, también se dice en leyes. Empieza quizá con leyes. Quizá comience imponiéndomelas y creyendo que soy mejor que aquellos que vagan libremente detrás de sus instintos e intuiciones inmediatas. Poco importa. Pero resalta una evidencia: El hecho de poder pensar, o como somos muy vagos, el poder asimilar mi ‘yo’ a una serie de pensamientos ya pensados por otros que determinan mi comportamiento, conforta la realidad moral, que es solo humana.
Es obvio. Yo creo en un paraiso celestial que absorbe toda mi atención consciente. Qué me importa el hoy? Cuanto el mañana? Nada. Con los ojos fijos en el más allá asumo mi terrenal castigo, diría Platón, sin apegarme a nada excesivamente material. Tú crees que solo tiene valor lo que se toca con las manos. Muy bien. Todo tu esfuerzo vertido en tener después de elucidar lo que a ti te parezca más conveniente poseer.
Lo que pienso, lo que creo, es lo que determina mi modo de hacer, la manera según la que estructuro mi realidad, por la que ordeno mi futuro y mi destino. Suelo decir que eso mismo es verdad y que lo que hago derivando de ello, es bueno, pero eso es porque no sabemos hasta qué punto es difícil el colgar esos epítetos de alguna frase.
Queramos o no queramos, y aunque obstinadamente mantengamos que somos una pura masa de huesos y nervios, en tanto que seres humanos, no podemos sino mantener esa misma evidencia en palabra, dentro de la realidad intelectual, teniendo que asumir las consecuencias de nuestro modo de pensar.
Toda la cuestión que aparece entonces se reduce a saber si realmente se pudiese mantener que hubiese un modo ‘perfecto’ de pensar, un conjunto de proposiciones sabiamente articulado cuya consecuencia derivase solo en el bien e incluso en vida eterna. Difícil cuestión y obteniendo auras muy mesiánicas.
Independientemente de que exista o no, y lo más probable es que exista vistos los esfuerzos que hacemos en pretender a verdades universales, es posible establecer la realidad de la consecuencia moral? Por decir: si yo pienso esto y me lleva a tal sitio, hay modo de establecer que realmente haya sido eso lo que haya conllevado aquello y modo de establecer la necesidad de cambiar un modo de pensar porque se pueda determinar un ‘error’ en la causa?
Parece imposible a priori, o sea que volvemos a nuestra experiencia sensible. Ejercicio: siéntese en algún recóndito lugar de su casa y figúrese un bienestar. Nada tangible, solo un sentimiento de profunda felicidad. Habrá que hacer un pequeño esfuerzo pero se debiera conseguir. Guarde el resultado de semejante ejercicio en un casillero marcado de la memoria y déjelo ahí. Pase al segundo ejercicio: Resuma en tres frases inteligibles lo que piensa que pudiera llevar a esa felicidad y se deja recaer sobre ellas. Lo que quiere decir que las guarda como principio de comportamiento y orienta su existencia dentro de esas tres frases. Dese un plazo y dígase que debería llegar al mismo sentimiento de felicidad al cabo de tres meses dentro de un contexto real establecido. (Ayuda: no pretenda cambiar el mundo, normalmente no se deja, es decir, que intente delimitar su acción a lo que ya hay, para empezar.) Cual es la realidad que ha resultado de sus pensamientos? Cuan lejos o cerca se encuentra de su sentimiento conceptual de felicidad original? Precisan de un cambio los manifiestos primeros?
Qué hemos hecho? Hemos dibujado un camino a partir de una serie de observaciones preliminares que no precisa de asfalto ni alquitrán o adoquinados, sino que se hace en el tiempo, por dentro. A estos caminos se los llama normalmente enseñanzas o sabiduría cuando realmente llevan a algún lado. Si mis observaciones preliminares son erróneas, no voy a ningún sitio y no puedo decirle tampoco a nadie a dónde puede que llegase. Por ver si le interesa, para empezar. Para que llegue realmente, por seguir.
La sabiduría que acabamos de delimitar es un extraño constructo intelectual, que muy inspirado de cierta otra de orígenes chinos, se queda en lo occidental al pretender servir de base para una demostración intelectual. Yo no quiero pretender a que puedo garantizar tu felicidad por mis ejercicios. Lo único que quiero por el momento es que aprendas que hay una relación entre lo que piensas y tu estado afectivo o espiritual posterior.
Si lo que digo es cierto, terminarás por saberlo, y a partir de ahí, puedes, en vez de empezar de cero, hacer una rápida búsqueda en internet que te permita reconocer el pensar que quizá más te ayude a alcanzar algún otro objetivo. Lo que implica la necesidad de pensar que muchos esfuerzos anteriores sí que han conllevado resultados y que podemos apoyarnos en estos, si sabemos reconocerlos.
Qué es lo que resulta de esto? Que la verdad, la sabiduría, el conocimiento, no son algo que se impone ciegamente a la mente humana, sino que la persona acepta una creencia por lo que le resulta evidente y porque en ella ve el germen de un fruto que pueda constatar más tarde. El resto es un absurdo dentro de la pretensión a tener lo que no se tiene.
Quizá sea cierto que dentro de todos estos modos de pensar, algunos más efectivos o profundos que otros, haya alguno que claramente define una lógica que determina los sucesos que rigen el universo. Quizá. Pero aun hubiera que saber cómo lo reconozco y en qué me incumbe o cómo participo a ella.
Solo empezando por uno mismo, por el lugar en el que nos encontramos, por determinar lo que tenemos y lo que queremos podemos avanzar dentro de esta otra realidad. Y si en lo que es de la realidad empírica basta con constatar que algo me hace daño porque me quema o me golpea para alejarme de ello, se puede decir tontamente que lo que me hace infeliz tiene por causa un modo de pensar que más vale evitar.
La verdad no se impone con universales y absolutos y que tú pienses algo no implica que todo el mundo tenga que pensar lo mismo. Si realmente pienso que conozco un lugar del alma o del intelecto que resulte tan envidiable como para poder ser la finalidad de algún otro también, tengo que dibujar el camino y saber transmitir el objetivo de tal modo a que resulte claramente para otros, que son libres de no sentirse atraidos por él, y bien por ellos, se pudiese agregar también.
Ves, ya te lo dije, Frau von Lubinski, si los hombres son bobos es porque además pretenden, en contradicción conceptual, imponer la felicidad a través de la obligación a pensar algo.
Mañana te diré donde están las fuentes de la maravilla, a ver si vale la pena dirigirse hacia esos lugares.
Read Full Post »