También soy comerciante en piedras preciosas, aunque solo las negocio en su comercio. Hasta llegó el árbitro. Estoy inscrita en la bolsa internacional de piedras preciosas, en tanto que auspiciante, y puedo participar en ella, si presento mi título o lo justifico debidamente.
Si todo sale bien, la señora Méndez se llevará un 10% de la transacción, pero tendrá que venir acá. Además tengo un socio.
Cuando alguien sabe demasiado hay que asociársele de inmediato, para sacar provecho y para impedir la excesiva divulgación. Hay momentos en los que se puede regalar esmeralda y algunos tienen el derecho de ‘robarse’ un puñado, que no es robar, al ser derecho.
Hay que terminar de algún modo, pues otras actividades me esperan y se pueden extender historias en el tiempo, cuando tienes la ocasión.
Supongo que he expuesto claramente todos los puntos, aunque no haya razón para creérselos todos.
Le he llevado las acciones al juez quien, me parece, debe evaluar algo.
Pero hay que darle fin a la explicación y hasta a los manuales de los soberanos, que deben abarcar desde el más pequeño al más grande. Como todas las complicaciones implicadas por ciertas tareas.
Sí. Había que concluir de algún modo.
Dicen que el presidente de la bolsa de piedras en su gerencia de las esmeraldas, tuvo un hijo el mismo día en el que llamó su amigo milenario, que era mi padre, el señor Arne Kasten von Speth Schülzburg, para pedir información sobre la eventual presencia del nombre de su abuelo en la lista de diamanteros. Según una tradición centenaria, lo von Speth y los Eynol se encontraban casualmente una vez cada generación, tan casualmente que se decía que bastaba con tirar una piedra y que el uno la encontrase y el otro, buscándola, se topase con él, por casualidad. Y aquel resultó ser un Eynol, aunque ya ni se acordaba del nombre, y aquel se sorprendió y dijo, que acababa además de nacer su hijo y que como hasta entonces no se había encontrado con ningún von Speth había terminado por atribuir toda la historia a la mitología familiar.
Se discutía por aquellos entonces si debía Israel tener o no, el derecho de comerciar libremente con diamante en su país, y había mucha presión para que así no fuese. Y no sabía qué hacer. Mi padre dijo que tenía una sabelotodo en su casa, y que le preguntaría, pues aun se preguntaba de dónde podía haber sacado semejante compendio de leyes, regulaciones y costumbres vigentes, y aun si lo supiese, no entendería cómo se las había aprendido. Y dijo aquel que preguntase y que si lo hacía, y había solución, tiraría la piedra al agua, como sucedía de vez en cuando, le habían dicho, pero ya se lo creía todo, y si la encontraba uno de los míos o específicamente la sabelotodo en cuestión, me debería favor y fundaría aquello a lo que pretendía, a saber, que ellos sabían lo que hacían en esa área. Se trataba de la piedra de Eylat, que daba la medida y el peso, y era reputada de mucho valor y milenaria, y cortada solo en dos caras.
Mi padre vino con la cuestión y yo me desesperé y dije que ya valía de tanta pregunta y que seguro que sería otro problemón. Y dijo que se trataba del amigo milenario, lo que me hizo reír. Y me expuso la cuestión. “Hm,” dije, “nada más fácil. Pues es costumbre aun vigente que si al gerente o presidente, o en realidad, ambas cosas a la vez, con cierto título rimbombante, de la bolsa de piedras tiene hijo o se casa, que se pida un deseo de valía internacional. Y que se pidiese eso.” Me lo acababan de decir, pues tratábamos el problema del fondo, cuyo fondo debía conocer si me inscribían en semejante lugar, con todo su compendio de leyes. Y preguntó dónde estaba el truco. “Hay que decir, es costumbre, y agregar si hay cuestionamiento, aun en vigor, pues soy yo que la mantengo viva.”
Se creyó entonces que hasta la piedra terminaría por encontrarse en mis manos, lo que fue el caso, y la encontré en Jerusalén en Israel, en 2003, cuando un joven palestino me dijo de entrar a su tienda de antigüedades y me invitó a un té, poniendo cara de gran misterio, y yo diciendo que no quería comprar nada, pero insistió. Y señaló la piedra y dijo algo en un idioma incomprensible como sobrentendiendo un gran valor inherente que yo sabría apreciar. Me reí y le pregunté qué era. “Una piedra de Eylat,” dijo aquel, lo que no me decía ya nada. Me dijo que valía 200 USD y como me había hecho gracia, y sobre todo que a tanto misterio que casi recordaba a la lámpara de Aladino, se le diese valor solo de 200, la compré. Y me la llevé tranquilamente, sin darle mayor importancia y solo me acordé hace unos días, al decirme algo el nombre de Eylol.
Lo recordé todo y me dije, fíjate, su hijo, y es aquella única vez en la que nos encontramos en la vida, pero no, ya no, porque somos los penúltimos y solo quedan los últimos, que son nuestra descendencia, que se instaura, y se pueden ligar amistades más extensas y no sujetas a condición. También apareció el hijo del señor von Thurn und Taxis, que tiene el mismo nombre que aquel, y era la segunda vez que nos veíamos en este lugar, aunque no nos hemos hablado nunca, pues solo tenemos el derecho de comunicarnos de modo indirecto o con intermediario, hasta los penúltimos, que deben reunirse para ultimar detalles y presentar el reporte de la investigación y los logros, las quejas y expresar la satisfacción en cuanto al hecho según el que todo llega a su fin, como previsto.
Aquel tenía otra tarea, pero me obliga el silencio.
En todo caso tenía Eylol el derecho de quedarse con la piedra si se encontraba en sus manos, lo que fue el caso, pero no se la quedó, sino que la devolvió, lo que implica, que hay transacción pues es garantía y prueba de que alguna vez éramos mismos lo que es suficiente para convencer al resto, que siempre murmura y protesta.
Ellos me dieron el ‘palaver’ que era la discusión y presentación de los sucesos en palabras propias, por estimarse que tenía mucha sapiencia casual, que llegaba a mis manos sin saberse exactamente cómo, lo que favorecía a todos. Y es el encuentro de los tres en el mismo lugar aunque a distintas horas, señal, que aquello que lo saben, entienden cómo interpretar. Y mostraba cierto talento para ordenar lo que de modo tan complejo se presentaba a los ojos de cualquiera.
También se dice que Idlf era Carolina de Mónaco. Pero no lo sé. A veces es conveniente acusar en falso, dijo aquella vez, y yo contesté, sobre todo cuando se atina.
Sabe el sabio hacer la diferencia entre el grano bueno y el malo, por lo que se pueden decir las cosas, digo, aun públicamente, cuando de modo debido se sabe enmascarar aquello que solo incumbe a pocos.
Reiteramos la paz con China y así con el Pakistán, así como con Rusia, que tiene guardia también, para nosotros, según lo convenido, y somos nosotros, nosotros tres y los nuestros, y aquellos que de algún modo, nuestros se digan. Y que hagan lo que entiendan, pues se les atribuye mucha sapiencia en el manejar de ciertas cosas.
Y todo aquello que además se dice en estas ocasiones, aprovechando esta para agradecer a la tierra que no dio cobijo cuando ya nada cuadraba, el que lo haya hecho, habiendo así salvado nuestra misión, por lo que le cabe mucho agradecimiento, aunque no diré eterno, no sea que se fijen de nuevo fechas y haya gentes suspendidas de la espera de lo que será por muchas generaciones. Lo que, confieso resultó un poco pesado, sobre todo al final. Aunque también causa de mucha alegría, por otro lado, al ver misión tan compleja abrirse con sus pétalos tras tanto tiempo, y en dimensiones que apenas nadie conoce, y que conste que los crímenes se pagan, y que hay villanía que no tiene perdón, y que la honra se encuentra en esclarecerlos y hacer de su elucidación, destino, aunque sea en los tiempos.
Tenemos nuestra mitad del tratado. Que se junten, entonces, que hasta el pastel de nata con guinda presentamos, debidamente esclarecido, y hasta en interpretación obtusa, por si acaso no fuese correcta nuestra interpretación, según la que son ellos los que lo traen. Pero nos basta con su presencia, pues descansarán nuestros ojos, cansados de la presencia de un crimen que ya nombre no tenía, y que no debe reproducirse jamás.
Haremos lo nuestro, convencidos de que ahora es tiempo de que otros asuman su tarea, y descansaremos, lo que es buena disposición para el negocio y alguna otra contemplación.
Son ellos los que fijan, yo solo dispongo del principio.
Solo es cuestión de empezar, luego todo se hace solo dentro de su propia lógica, por lo que será ejemplar lo que digo, pues por algo se empieza, aunque solo sea por leer aquello de lo que otros atestiguan de modo fehaciente.
No hay nada más que decir. Tardamos 1000 años en entender lo que era ser feliz como aquel, pero vale la pena esperar. Pero justifica la historia si en debido lugar inserta.
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